lunes, 17 de abril de 2017

ABURRIDA (relato breve)

Viernes a la noche y no pinta nada. Ni una fecha, ni una casa donde caer. No tenía ganas de pasar otra noche pelotudeando en mi pieza. Llame a mi amigo Agustín, con la idea de tomarnos unas cervezas en la esquina. Sé cómo va a terminar la noche de antemano, los dos muy borrachos y fumados pero la ventaja de parar en una esquina, es que no estas lejos de tu casa. Podes pilotear la vuelta. Ahora que lo pienso, debemos ser los últimos que se juntan en una esquina. Hace mucho tiempo, que ande por donde ande, no veo pibes reunidos en la calle. Deben haber cambiado los lugares donde juntarse o algo así. Agustín y yo, debemos ser unos de los pocos que mantienen viva la tradición.

Lo paso a buscar y arrancamos hacia el kiosco. Hoy le toca atender al viejo forro de Antonio. Le noto como le brilla la mirada, con nosotros salva la noche; en más ni los envases nos pide: “cuando pueda me los alcanzan”. En el camino Agustín me pregunta sobre mi chica y le cuento la novedad, que Gisela ya no es mi novia. Hace una semana ya que me dejo. Me dijo que no sentía lo mismo que antes, que queríamos cosas diferentes y que buscaba nuevas experiencias, algo diferente. Todos típicos clichés que se dicen en una ruptura menos la última parte. Agustín coincidía conmigo: “¿Algo diferente? Esa sí que nunca la había escuchado!

El tiempo pasa rápido cuando fumas, escabias y hay un tema de charla universal.  “Sabes nunca los vi como novios, sino que andaban juntos y hasta ahí nomás” me confiesa Agustín. Y la verdad que tiene razón. La primera vez que la vi, en el cumpleaños del gordo Raúl, no me saco los ojos de encima. Nuestro segundo encuentro fue en la fecha de una banda amiga y otra vez lo mismo. No me quedo otra opción que encararla y esa misma noche, como dice el dicho “paso lo que tenía que pasar”. A partir de allí, empezamos a andar juntos. Salíamos algunas veces, venía a mi casa a ver películas o jugar a la play pero más allá de eso; no hay mucho que contar. No soy un experto en relaciones y tampoco tengo  mucha experiencia pero creo que estar de novios es otra cosa.


Hay que reponer las cervezas, pero el viejo forro decidió cerrar temprano el kiosco. No tendrá ganas de trabajar o ya habrá hecho suficiente dinero. En fin, nunca lo sabremos. No queda otra que caminar a la avenida, donde hay un kiosco que realmente esta las 24 horas. Al llegar a la avenida, nos llama la atención que todavía este  el negro que vende cadenitas. Cruzamos hacia el quiosco, donde tenemos dos personas delante. Mientras esperamos, la primera sorpresa de la noche. Gisela mirando el puesto del negro, mientras este lo desarma. Me hago el boludo y miro para otro lado. No estoy en condiciones para encontrármela. Cuando solo queda un cliente ante de nosotros, Agustín me toca el hombro y al darme vuelta, la segunda sorpresa. El negro caminando de la mano con Gisela. Mi asombro es interrumpido por el kiosquero: “que van a llevar”. Responde Agustín y yo me quedo mirando como corren el colectivo 66 hasta alcanzarlo. El 66, el que te lleva a la zona de los telos. No puedo salir de mi asombro pero tengo que sacar mi billetera: “Muchachos les voy a tener que cobrar los envases”